
"Lo único constante es el cambio" es una frase atribuida a Heráclito, que se vuelve más vigente que nunca ya que estamos siendo testigos y habitantes de un mundo desafiante y en constante transformación. Esta "modernidad líquida" de Zygmunt Bauman impacta directamente y transforma el marco referencial con el cual percibimos nuestra realidad. Como condición de salud, es imprescindible que ese marco referencial, en permanente dialéctica con el mundo, sea flexible y permeable.
Las comunidades, las organizaciones y las personas también están en constante devenir.
"Desde la perspectiva psicosocial, el cambio está referido a la transformación de vínculos e interacciones estereotipadas, en la construcción grupal y organizacional de un proyecto a partir de ver la realidad desde la heterogeneidad incorporando a los otros, y la diversidad como parte propia integrando los diferentes sentimientos que atraviesan esas miradas. En síntesis, la construcción de nuevas subjetividades con la finalidad de lograr un nosotros por lo menos situacional a cada tema o situación a abordar". (Martínez, 2018, p. 95).
En este proceso, que puede darse en distintos contextos, con disparadores y objetivos diversos, es necesario generar las condiciones para trabajar con las personas que son protagonistas del cambio, para elaborar lo que se dice, lo que no se dice, lo que siente, lo que se piensa, lo fantaseado. No siempre se tienen en cuenta a las personas en los procesos de cambio organizacionales, muchas veces empañadas por cuestiones más macro, necesarias como punto de partida, pero para nada suficientes.
Para Enrique Pichon Rivière, padre de la Psicología Social en la Argentina, el aprendizaje está íntimamente ligado a la adaptación activa a la realidad, referida al abandono de estereotipias para dar lugar a procesos de desestructuración y reestructuración.
"Todo esto es logrado por una discriminación de los miedos que se expresan por una situación muy compleja durante el proceso terapéutico, como es el reaprendizaje de la realidad, la normalización de las redes de comunicación y la capacidad para enfrentar exacerbaciones de estos miedos en el momento en que se aborda una situación de cambio". (Pichon Rivière, 1981 p. 115)
A partir de los primeros indicios de cambio, aparecen dos tipos de ansiedades básicas: el miedo a la pérdida y el miedo al ataque, y frente a las cuales se instrumentarán medidas defensivas. Por un lado, el miedo a la pérdida del equilibrio ya logrado en la situación anterior, y el miedo al ataque en la nueva situación en la que la persona no se siente adecuadamente instrumentada. Estas dos ansiedades, coexistentes y cooperantes, despiertan sentimientos de inseguridad e incertidumbre, elementos propios de la vida grupal, y configuran la denominada resistencia al cambio que es lo que se debe elaborar y superar.
En las intervenciones psicosociales, el rol del/la coordinador/a es justamente crear las condiciones para que los miembros del grupo aborden los obstáculos configurados por las ansiedades básicas y puedan avanzar a una situación de aprendizaje, creatividad y proyecto.
Referencias:
Martinez, Carlos R. (2010). Psicología Social en las Organizaciones. Buenos Aires. Lugar Editorial.
Pichon Rivière, E. (1981). El proceso grupal. Del psicoanálisis a la psicología social (I). Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión.